Los arbustos se convierten en árboles.
Si se deja una era sin trabajar, más temprano que tarde le saldrán arbustos, y, si esos arbustos no se arrancan o se podan, entonces se convierten literalmente en árboles. Esa es una paràbola natural que el Señor Jesùs nos dejó para que entendamos que el pecado hace “exactamente” lo mismo en nosotros. Caìn no matò a Abel de un día para el otro, su pecado naciò como un arbusto: Primero, decayó su semblante (Gènesis 4:5); segundo, se ensañò contra su hermano (verso 6); tercero, ideò la manera de desparecerlo (verso 8); y por último lo asesinò (verso 8 final), sì, un arbusto que como no se podò entonces fue creciendo hasta convertirse en un árbol, que, lastimosamente en èste caso fue un árbol de maldad. De la misma forma, un árbol bueno llega a serlo si se le cuida. Acaso un ejemplo clásico lo vemos en la gratitud de Abigail, esposa de Nabal, que la convirtió de ser una mujer sojuzgada y menospreciada por un marido necio a una de las esposas del rey (1ª Samuel 25:39). Meditemos....