La importancia de una profecìa.

 


 

Dios entregó profetas para las eras (tiempos), pero dijo que tenìamos què reconocerlos porque íbamos a encontrar impostores. Veamos: “El profeta que tuviere la presunción de hablar palabra en mi nombre, a quien yo no le haya mandado hablar, o que hablare en nombre de dioses ajenos, y la profecía no se cumpliere el tal profeta morirá” (Deuteromonio 18:22). Estamos, desde la venida de Cristo para acá, en los últimos tiempos, y Dios quiere hablarnos audiblemente o por medio de sus profetas (Hebreos 1:1-2). Pero veamos un ejemplo de un profeta verdadero: Cuando Jacob estaba por morir les diò a sus hijos una palabra (una profecìa) a cada uno (Gènesis 49). Analicemos la que recibió Judà: “Cachorro de Leòn será Judà; no será quitado el cetro de Judà, ni el legislador de entre sus pies” (Gènesis 49:9-10). ¿Què sucedió en la vida real? Pues de la tribu de Judà vino el rey David, de quien NUNCA faltò rey en el reino del sur en Jesuralèn desde Roboam hasta la conquista de Babilonia con Sedequìas. Y siglos después de esa estirpe vino el Mesìas (Lucas 18:38). En otras palabras Jacob, sì fue un profeta de Dios, puesto que se cumplió lo que dijo que Dios le había revelado.

Señor: Danos un honesto celo por tu casa.

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